Shakespeer y Shakespeare.


Shakespeer
acontece en un cruce improbable de dos sentidos.

El primero, en la unión de dos palabras: shake [-up] (sacudir, agitar, remover bruscamente; debilitar, desalentar... pero también zafarse, liberarse). Y peer que, en una de sus acepciones señala a quienes son pares en un grupo (por edad, posición social y/o habilidades) y en laotra acepción describe la posesión de título nobiliario en el Reino Unido (esto incluye a quienes alcanzan honor de
Lord y por eso su lugar en la Cámara).

El segundo sentido es más intuitivo: la similitud fonética con el apellido del genial William, quien conocía varios (más) de los vericuetos del corazón humano.


En ese cruce breve, en ese chispazo más que improbable, en ese enlace natural, se despliega este blog.


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21/10/2013

Basta de Pruebas

No aludiré a que una imagen vale más que mil palabras. En alguna oportunidad lo he hecho y me arrepiento. No sólo por lo trillada que resulta, sino porque es una idea con la que últimamente no concuerdo tanto. La fotografía -o la imagen en general-, no me resulta ya tanto una buena 'prueba de', sino un hecho en sí mismo. Poco importa de qué da cuenta (qué situación repite en nuestra retina, que vivencia actualiza en nuestra memoria), sino que resulta más interesante, más productivo, qué produce en el momento en que la contemplamos (allende de dónde dalió o cuándo fue tomada). Eso es un hecho, una experiencia. Una misma imagen, puede servir para generar miles de millones de hechos en diferentes personas, o unos cuantos en una misma, a lo largo de toda su vida... y mil palabras, al lado de eso, no son nada.


He aquí unos generadores de experiencias acerca de lo que otros vivieron:



Evelyn McHale (una modelo de 23 años) se
arrojó del piso 83° del Empire State en 1947
Cayó arriba de la limousine de la ONU.




Esta es Annette Kellerman en 1907.
Promovía el derecho de las
mujeres a usar trajes de baño
 ajustados de una pieza. La arrestaron por indecencia.



Prótesis de piernas y pié
(Reino Unido, circa 1890)




Werfel, un niño austríaco huérfano de 6 años
recibe un par de zapatos nuevos
por la Cruz Roja norteamericana



Jaula para bebés, usada para que
tomaran sol y aire fresco seguros,
viviendo en un departamento (circa 1937)







Adorable hipopótamo moviendo un carruaje (circa 1924)














Primero día luego que Suecia cambió el manejo
del lado izquierdo al derecho de los automóviles (1967)




Dueño de un hotel arroja ácido
para expulsar a personas
afroamericanas que la
usaban (circa 1924)



Alcohol ilegal desechado por las ventanas
durante la Prohibición (Detroit, 1929)




Últimos prisioneros en el traslado por
el cierre de Alcatraz (1963)



Una niña con su muñeca sentada en las
ruinas de su casa bombardeada
(Londres, 1940)



Martin Luther King (con su hijo) saca de su jardín
delantero una cruz prendida fuego (1960)




Medida obligatoria del largo de los trajes de baño: si resultaban muy cortos, las mujeres eran multadas (circa 1920)



Muñecos de cera derretidos/dañados luego del incendio
del Museo de Cera Madam Tussaud (Londres, 1930)




Venta de niños en Chicago (1948)
(se dice que la mujer del fondo sería la madre,
quien se tapa la cara por ser fotografiada)




El primero Ronald McDonald en 1963















El Winnie The Pooh real y su dueño,
Christopher Robin (circa 1927)



Desenvoltura de la
Estatua de la Libertad, 1885



Soldado (no identificado),
Vietnam (1965)




Uno de los primeros pacientes en recibir una cirugía de transplante de piel
Su nombre era Walter Yeo  (1917)





 Me ha costado muchísimo no comentarlas... y por suerte logré no hacerlo. Mejor dejar las impresiones a quienes las experimenten.






27/01/2013

'Imagología' mata 'periodismo' (que mata 'política').

Era el mejor y el peor de los tiempos...
A diario comprobamos las ligazones entre la política y el periodismo. Conocemos las más obvias (y superficiales, seguramente) como cubrir, criticar, cuestionar el proceder de la política; pero seguramente no sean las únicas... Aquí tomaremos una que ya es estructural, porque hace a los mismos fundamentos de la relación entre política y periodismo en la actualidad. La calidad de la prosa y el contenido lo tenemos asegurado: escribe el genial Milán Kundera. Pero antes de eso, tenemos que recuperar una cuestión fundamental para ese texto: el origen del término 'imago'.


Seguramente nos hemos cruzado en algún momento con la palabra. Imago fue la Revista creada por Sigmund Freud en 1912 (y que dirigió junto a los prestigiosos Hanns Sachs y Otto Rank)... también, denomina al concepto acuñado por Karl Jung referido a ese prototipo imaginario adquirido que orienta la forma en que los sujetos aprehendemos a los otros (proveniente de las primeras relaciones intersubjetivas -reales y fantaseadas- en el ambiente familiar). En cualquier caso, tanto Freud como Jung, obtuvieron este término latino de una famosa novela publicada en 1906. Su autor fue Carl Spitteler, Nobel de literatura en el convulsionado año de 1919. Novela muy aclamada por entonces, en su argumento entenderemos por qué fascinó a los psicoanalistas: su protagonista -Viktor- es el campo de batalla en que se enfretan el artista (que renunció al amor de una hermosa joven, Imago, por una obra de arte donde ella sería musa) y el hombre de carne y hueso (obsesionado por una mujer tangible, Pseuda). Esta doble existencia femenina hace que se produzcan más enfrentamientos reflejos: entre Imago y Pseuda, entre el artista y Pseuda -al defender la necesidad de un sacrificio amoroso en pos de la arte-, entre el hombre e Imago -al ser una mujer ideal no puede satisfacer las necesidades del amor-, y así... En resumen, entre Viktor y lo que lo redea se genera una compleja polifonía (de personas ideales y reales) que disputan su postura y existencia. Todo este enredo acontece hasta que Viktor comprende que Imago y Pseuda pueden juntarse en una misma mujer (que será Theuda). He ahí el origen de Imago. 


Pero en lo que sigue no será exactamente eso lo que veremos. Kundera teje las relaciones entre política e imagología -sin saltearse al periodismo en el medio- para mostrarnos la base de la verdad. De esa verdad contingente, mucho menos digitada de lo que a varios les encantaría pensar, y más lábil que una mera alternancia de mentiras.

Fabricar verdades no es un oficio nuevo. Tampoco monopolio de imagólogos. Cuando no la inventan los narradores de perogrullo que nos rodean, nos inventamos una propia: más o menos plausible, más o menos consistente, más o menos creíble. En el caso de la realidad imagológica (la única que conocemos), fluctúa entre la síntesis mutiladora -ríos de tinta de algún estudioso reducidos a unas pocas cláusulas-, el uso de las armas -los sondeos de opinión- y Groucho Marx ('si no le gustan estos principios, tengo otros').


...aunque mejor dejo a Milán Kundera. Es de tal vulgaridad retrasar al quien tiene algo para decir:




La Imagología


El político depende del periodista. ¿Pero de quién dependen los periodistas? De los que pagan. Y los que pagan son las agencias publicitarias, que compran de los periódicos el espacio y de la televisión el tiempo para sus anuncios. A primera vista se diría que se dirigirán sin vacilar a todos los periódicos que se venden bien y que pueden por tanto incrementar la venta del producto ofrecido. Pero ésa es una visión ingenua del asunto. Vender el producto no es tan importante como creemos. Basta con fijarse en los países comunistas: no es posible afirmar que los millones de retratos de Lenin que cuelgan por todas partes pueden incrementar el amor por Lenin. Las agencias de publicidad de los partidos comunistas (los llamados departamentos de agitación y propaganda) olvidaron hace ya mucho tiempo el objetivo práctico de su actividad (hacer que el sistema comunista sea amado) y se convirtieron en un fin en sí mismas: crearon su idioma, sus fórmulas, su estética (los directores de estas agencias tenían antes un poder absoluto sobre el arte en sus países), su idea sobre el estilo de vida, que cultivan, difunden e imponen a las pobres naciones. ¿Objetarán ustedes que la publicidad y la propaganda no pueden compararse, porque una está al servicio del comercio y la otra al de la ideología? No entienden ustedes nada. Hace unos cien años, en Rusia, los marxistas perseguidos comenzaron a reunirse en secreto en pequeños círculos para estudiar el Manifiesto de Marx; simplificaron el contenido de esta sencilla ideología para difundirla a nuevos círculos cuyos miembros, simplificando aún más esta simplificación de lo sencillo, la transmitieron a otros y éstos a otros, de modo que cuando el marxismo se hizo conocido y poderoso en todo el planeta no quedaba de él más que una colección de seis o siete consignas, tan deficientemente ligadas entre sí que es difícil llamarlas ideología. Y precisamente porque lo que quedó de Marx hace ya tiempo que no constituye un sistema lógico de ideas, sino apenas una serie de imágenes y consignas sugerentes (un obrero que sonríe con un martillo, un hombre negro, uno blanco y uno amarillo que se dan fraternalmente la mano, la paloma de la paz que echa a volar hacia el cielo, etcétera, etcétera), podemos hablar justificadamente de la gradual, general y planetaria transformación de la ideología en imagología.


¡Imagología! ¿Quién inventó primero este magnífico neologismo? ¿Paul o yo? Al fin y al cabo eso no es lo que importa. Lo importante es que esta palabra nos permite finalmente unir bajo un mismo techo lo que tiene tantos nombres: las agencias publicitarias, los asesores de imagen de los hombres de Estado, los diseñadores que proyectan las formas de los coches y de los aparatos de gimnasia, los creadores de moda, los peluqueros y las estrellas del show business, que dictan la norma de belleza física a la que obedecen todas las ramas de la imagología.


Claro que los imagólogos existían antes de que hubieran creado sus poderosas instituciones, tal como las conocemos hoy. Hasta Hitler tenía su imagólogo personal, que se ponía ante él y le enseñaba pacientemente los gestos que debía hacer durante sus discursos para fascinar a las masas. Sólo que si entonces aquel imagólogo hubiera dado a los periodistas una entrevista en la que hubiese divertido a los alemanes contándoles que Hitler no sabía mover las manos, no habría sobrevivido más de medio día a su indiscreción. Hoy, en cambio, el imagólogo no sólo no oculta su actividad sino que con frecuencia habla en lugar de sus hombres de Estado, le explica al público lo que les ha enseñado y lo que ha logrado que olvidaran, cómo van a comportarse, de acuerdo con sus instrucciones, qué formulas utilizarán y qué corbata llevarán puesta.


Y no debe extrañarnos su autosuficiencia: la imagología ha conquistado en las últimas décadas una victoria histórica sobre la ideología. Todas las ideologías fueron derrotadas: sus dogmas fueron finalmente desenmascarados como simples ilusiones y la gente dejó de tomarlos en serio. Los comunistas, por ejemplo, creían que durante el desarrollo del capitalismo el proletario iba a empobrecerse cada vez más, y cuando un buen día se demostró que en toda Europa los obreros iban a su trabajo en coche, tuvieron ganas de gritar que la realidad estaba haciendo trampas. La realidad era más fuerte que la ideología. Y precisamente en este sentido la imagología la superó: la imagología es más fuerte que la realidad, que por lo demás hace ya mucho que no es lo que era para mi abuela, que vivía en un pueblo de Moravia y lo conocía aún todo por su propia experiencia: cómo se hornea el pan, cómo se construye una casa, cómo se mata un cerdo y se hacen con él embutidos, qué se pone en los edredones, qué piensan del mundo el señor cura y el señor maestro; todos los días se encontraba con todo el pueblo y sabía cuántos asesinatos se habían cometido en los alrededores en los diez últimos años; tenía, por así decirlo, un control personal sobre la realidad, de modo que nadie podía contarle que el campo moravo prosperaba cuando en casa no había qué comer.


Mi vecino de París pasa su tiempo en una oficina en la que está ocho horas sentado frente a otro empleado, después coge su coche, vuelve a casa, enciende el televisor, y cuando el locutor le informe del sondeo de opinión pública según el cual la mayoría de los franceses ha decidido que su país es el más seguro de Europa (no hace mucho leí semejante sondeo), abrirá de pura felicidad una botella de champagne y jamás sabrá que ese mismo día se cometieron en su calle tres robos y dos asesinatos.  Los sondeos de opinión pública son el instrumento decisivo del poder imagológico, que gracias a ellos vive en total armonía con el pueblo. El imagólogo bombardea a la gente con preguntas: ¿cómo evoluciona la economía francesa?, ¿habrá guerra?, ¿existe en Francia el racismo?, ¿es el racismo bueno o malo?, ¿quién es el mejor escritor de todos los tiempos?, ¿está Hungría en Europa o en Polinesia?, ¿cuál de los hombres de Estado del mundo es más sexy?


Y como la realidad es para el hombre de hoy un continente cada vez menos visitado y menos amado, para lo cual tiene motivos suficientes, los veredictos de los sondeos se han convertido en una especie de realidad superior o, por decirlo de otra manera, se han convertido en la verdad. Los sondeos de opinión pública son un parlamento en sesión continua que tiene la función de crear la verdad, la verdad más democrática que jamás haya existido. Como nunca entrará en contradicción con el parlamento de la verdad, el poder de los imagólogos vivirá siempre en la verdad  y, aunque sé que todo lo humano es perecedero, no soy capaz de imaginar qué es lo que podría acabar con este poder.  En cuanto a la comparación entre la ideología y la imagología, querría añadir lo siguiente: las ideologías eran como enormes ruedas tras el escenario que daban vueltas y ponían en movimiento las guerras, las revoluciones, las reformas. Las ruedas de la imagología dan vueltas, pero esto no incide sobre la historia. Las ideologías luchaban unas contra otras y cada una de ellas era capaz de llenar con su pensamiento toda una época. La imagología organiza ella misma la alternancia pacífica de sus sistemas al ritmo veloz de las temporadas. Dicho con palabras de Paul: las ideologías pertenecían a la historia, mientras que el gobierno de la imagología comienza allí donde termina la historia.


La  palabra  cambio, tan querida para nuestra Europa, ha adquirido un nuevo significado: no significa un nuevo estadio de una evolución continua (como lo entendían Vico, Hegel o Marx) sino un desplazamiento de un sitio a otro, de un lado a otro, de aquí hacia atrás, de atrás hacia la izquierda, de la izquierda hacia delante (tal como lo entienden los sastres que inventan un nuevo modelo para la nueva temporada). Si los imagólogos han decidido que en el club de gimnasia al que va Agnes todas las paredes estarán recubiertas de enormes espejos no es porque los que hacen gimnasia necesiten observarse durante sus ejercicios, sino porque en la ruleta imagológica el espejo se ha convertido en este momento en un número afortunado. Si en el momento en que escribo estas páginas todos han decidido que Martin Heidegger debe ser considerado un delirante y un perro sarnoso no es porque su pensamiento haya sido superado por otros filósofos, sino porque en la ruleta imagológica se ha convertido en un número desafortunado, en un anti-ideal. Los imagólogos crean sistemas de ideales y anti-ideales, sistemas que tienen corta duración y cada uno de los cuales es rápidamente reemplazado por otro sistema, pero que influyen en nuestro comportamiento, nuestras opiniones políticas y preferencias estéticas, en el color de las alfombras y los libros que elegimos, tan poderosamente como en otros tiempos eran capaces de dominarnos los sistemas de los ideólogos. Tras estos comentarios puedo volver al comienzo de la reflexión. El político depende del periodista. ¿De quién dependen los periodistas? De los imagólogos. El imagólogo es un hombre de convicciones y de principios: exige del periodista que su periódico (canal de televisión, emisora de radio) responda al sistema imagológico de un momento dado. Y eso es lo que los imagólogos controlan de tanto en tanto, cuando deciden si van a apoyar a éste o a aquel periódico.


Un día también observaron, así desde lo alto, la emisora de radio en la que Bernard es redactor y en la que Paul tiene todos los sábados un breve espacio llamado «El derecho y la ley». Prometieron conseguir para la emisora muchos contratos publicitarios y organizar además para ella una campaña con carteles por toda Francia; pusieron sin embargo condiciones a las que el director del programa, apodado «el Oso», no pudo sino someterse: poco a poco comenzó a acortar los comentarios para que el oyente no se aburriera con extensas reflexiones; hizo que los cinco minutos de monólogo de cada redactor fueran interrumpidos por preguntas de otro redactor para que diera la impresión de un diálogo; ponía muchas más cortinas musicales, dejaba con frecuencia sonar la música por debajo de la palabra y aconsejaba a todos los que hablaban por el micrófono que manifestasen al máximo una ligera soltura y una despreocupación juvenil, gracias a las cuales se embellecían mis sueños matinales, en los que las noticias del tiempo se convertían para mí en ópera cómica. Como le importaba que sus subordinados no dejaran de ver en él a un poderoso oso, intentó con todas sus fuerzas conservar en sus puestos a todos sus colaboradores. Sólo en una cosa cedió. El programa habitual «El derecho y la ley» era considerado por los imagólogos tan evidentemente aburrido que se negaron a discutir acerca de él y lo único que hicieron fue reírse mostrando sus dientes excesivamente blancos. El Oso prometió que en un plazo breve eliminaría el programa, pero después le dio vergüenza haber cedido. Le daba aún más vergüenza porque Paul era su amigo (*).






_________________________


(*) En La Inmortalidad. (todos los destacados -y sus combinaciones- son propios). 

20/12/2012

Jodida Realidad.

Cuanto más ves, menos sabes. 
En una película maravillosa (The Man Who Wasn't There, Joel Cohen, 2001) donde se cuestiona permanente y consistentemente el acceso a la verdad en la vida cotidiana, un abogado cínico, pedante y muy poco distinguido (tal vez por esa misma manera de ser), nos muestra cuán elusiva puede volverse la realidad... Pero no lo hace del modo previsible (mostrándonos -una vez más-, la distancia entre la ley y la justicia, la potencia de los artilugios legales y la cantidad determinante de performance que tiene un juicio oral). 

Pongamos el film en un mapa imaginario que nos permita conocer su escenario de fondo y lo que de él quiero rescatar. La historia muestra los diversos equívocos a la hora de reconstruir un hecho. En este caso, un asesinato. Pero no conforme con eso, también se da el lujo de jaquear todas las manifestaciones de 'la verdad': el pasado heroico de uno de sus personajes, la acusación de la autoria material de un crimen, la reconstrucción que hace la justicia de lo ocurrido, el modo en que se explica lo sucedido la esposa de la víctima (una incursión de OVNIs), entre otros equívocos a los que los protagonistas están sujetos pero no pueden sobreponerse.

En algunas narraciones (sea que estén construidas con palabras, imágenes, notas musicales, objetos o  sonidos) existe un personaje que reproduce de manera condensada el mensaje más profundo de esa historia. Aquí, es el inefable Freddy Riedenschneider, abogado exitoso que no se permite perder un caso. Técnicamente, Freddy explica lo que se conoce como principio de incertidumbre (y que ha sido ilustrado con el experimento del Gato de Schrödinger)... pero no importa. No nos ocuparemos de lo que ese principio significa para la fisica cuántica... Aquí lo transpondremos, sencillamente, al conocimiento de la realidad misma. Nuestro vector será el parlamento de Riedenschneider (... quién diría que ese hombre tan vulgar pero enriquecido, suturaría uno de los asuntos más complejos del conocimiento físico teórico y lo arrojaría hacia la realidad... ¿o soy yo la que en realidad lo está haciendo? En fin. No importa. Avancemos).


Empecemos por el final. He aquí la escena completa:




Pasemos ahora, al texto (**). He colocado primero el producto final (la escena) y luego el guión traducido, porque la primera es un hecho logrado por artistas profesionales y conlleva toda una composición cinematográfico-narrativa donde realmente vale la pena atender las luces y sombras, los planos y las direcciones en que la cámara asesta a los actores... en fin, la escenificación de todos sus componentes. En el caso que sigue (el del guión) simplemente tenemos una mala traducción (propia) y mis torpes destacado en función de la idea que quiero presentar aquí (la poco original transposición de ese principio cuántico a la realidad misma).


(...) "Está este tipo en Alemania, Fritz algo o parecido. O es... tal vez es Werner. No importa... Tiene una teoría. Cuando querés probar algo, tú sabes, cientificamente... cómo gira el planeta alrededor del sol, de qué están hechas las manchas del sol, por qué sale agua de la canilla... bueno, tienes que mirarlo. 

Pero a veces, miras y tu mirada lo cambia. Pero no puedes saber lo que realmente acontece o qué debería haber acontecido si no te movés más allá de tu jodida nariz. 

Entonces, no existe tal cosa como 'qué sucede'. Mirar algo, lo cambia. Ellos lo llaman principio de incertidumbre. Seguro que suena retorcido, pero incluso Einstein dice que estos tipos tienen algo bueno ahí. 

Ciencia. Percepción. Realidad. Duda. Sensata... duda. 

Digo que a veces cuanto más ves, menos realmente sabes. Es un hecho, un hecho probado. En algún sentido, es el único hecho que existe. Este alemancito incluso lo puso en números (...).

Aunque no podemos saber qué pasó realmente. Porque cuanto más miras, menos sabes. Pero la belleza de esto es que... no tenemos que saber. Sólo tenemos que mostrar, maldición, que ellos no lo saben. Gracias a Fritz o Werner o como demonios se llame..." (**) 



He ahí la prueba: Conocer la realidad. Conocerla, sin estar interviniendo en ella al mismo tiempo. Acercarse, sin poner sobre ella algo más que no posee, y que reside en los ojos del observador. Lo peor de todo esto, es que sólo podemos creer que esto es así (o creer lo contrario), porque no podemos comprobarlo. Si lo intentásemos, la prueba misma estaría adulterada por ese mismo principio.


Conocer, una compulsión irresoluble.





___________________________________________

(*) Los subtítulos de la escena y la traducción transcripta responden a distintos criterios de traducción, por lo que pueden no coincidir exactamente.

(**) ..."They got this guy in Germany. Fritz something or other. Or is it... maybe it's Werner. Anyway... He's got this theory. You want to test something, you know, scientifically... how the planet go 'round the sun, what sunspots are made of, why the water comes out of the tap... well, you gotta look at it. But sometimes you look at it... Your looking changes it. You can't know the reality of what happened, or what would have happened, if you hadn't stuck in your own goddamn schnozz. So there is no 'what happened'. Looking at something... changes it. They call it the uncertainty principle. Sure, it sound screwy, but even Einstein says the guy's onto something. Science. Perception. Reality. Doubt. Reasonable... doubt. I'm saying that sometimes the more you look, the less you really know. It's a fact, a proved fact. In... In a way, It's the only fact there is. This heinie even wrote it out in numbers. But we can't know who (...) We can't know what really happened. Because the more you look, the less you know. But the beauty of it is... We don't gotta know. We just gotta show that, god damn it, they don't know. Because of Fritz, or Werner, whatever the hell his name is"...


10/02/2012

#periodismo #mentir #derecho #dios

Hace no tanto tiempo atrás, con la proliferación de lo que se llama la 'web 2.0' (o 'web social') se empezaron a reconfigurar algunas relaciones entre los individuos. Al principio, sólo se hacían más visibles en su primera persona: alguno escribía en un blog o tenía un perfil en Twitter y podía comentar cosas de su vida cotidiana, como garabatear personajes de ficción, cuanto compartir lo que ya había escrito. En otro momento, a alguien se le ocurrió convocar gente a uno de estos espacios para un asunto determinado: una causa (justa o trivial - quién podría juzgarlo con precisión), un tema de interés o con la deliberada intención de desafiar los medios convencionales de difusión. Y todo ello no fue nada despreciable, sobre todo, porque empezaron a suceder cosas fuera de la virtualidad (o sea, en ese espacio que aún se llama 'realidad'). Luego de ello, algunos medios de comunicación convencionales, comenzaron a mirar a esos lugares donde pasaban cosas y a hacerse eco de ellas, mientras algunas editoriales empezaron a imprimir lo que sucedía en esos lugares en un modo que ya nos era conocido: tinta, tapas y bastante papel.


Entonces la lógica cambió... porque la cosa cambió, claro está.


Cada vez más gente pudo compartir una opinión y hacerla accesible a los demás de manera más veloz, incluso, de lo que antes solían hacerlo periodistas y comunicadores reconocidos -que no siempre llegaban a la inmediatez actual-... por lo que al viejo periodista [el único] habilitado a emitir un comentario acerca de un  hecho, se le sumó un blogger, dos, tres, mil. Y un foro, dos, tres, mil. Y una página pública de Facebook, dos, tres, mil... sin contar los casos de blogueros, foristas y personajes públicos en Facebook que arrastran una considerable mayor cantidad de seguidores que columnistas de carrera en ese espacio tan impresionante que conocemos como 'social media'. Con esto no estoy asegurando que los periodistas sean prescindibles, ni que todos deberían ser desbancados por el ciudadano de a pié. Tampoco aseguro que esa cantidad se traduzca, necesariamente, en calidad. Sólo digo que ahora, eso que antes sabíamos, se torna concreto: quien opina/analiza por gráfica/TV/radio no es necesariamente el que tiene la opinión más acabada acerca de un hecho, ni el que lo contempla en todos los puntos de vista o siquiera, los más interesantes... y por tanto, ahora podemos encontrar excelentes opiniones y comentarios fuera de los medios convencionales. Antes, dar con alguien perspicaz, que nos daba un análisis más valioso de un hecho era un fenómeno acotado -por el contacto físico o bien por el espacio en que ocurría (un congreso académico, una reunión gremial, un evento que nucleara a personas de diferentes extracciones, etc)-, mientras que hoy se hace masivamente accesible y viralmente potenciable.


Todo esto venía al caso de otro fin: quería presentarles un extracto muy rico, escrito por Milán Kundera en su libro 'La Inmortalidad', donde, mucho antes de la web social dice que 'periodista es [aquél] que tiene el derecho de preguntar'... algo que  inmediatamente me hizo pensar en esta reconfiguración del rol del periodista, y que ahora puede ser un oficio ejercido por muchos más de los que lo era antaño... en diferentes formatos, calidades y frecuencias. En otras palabras, el que hoy tiene derecho a preguntar, es todo aquél que tenga acceso a esta gran web 2.0, y por tanto, el sentido del oficio del periodista (sea que se lo ejerza una vez por año, dos o tres veces en un mes o todos los días) es un derecho [más] concreto, y no una bella declaración de principios en una carta fundante de un orden político-social.



El Decimoprimer Mandamiento.

En otros tiempos había un gran nombre que simbolizaba la fama de un periodista: Ernest Hemingway. Toda su obra, su estilo conciso y concreto, tenía sus raíces en los reportajes que enviaba cuando era joven a un periódico de Kansas City. Ser periodista significaba entonces acercarse más que nadie a la realidad, recorrer todos sus rincones ocultos, ensuciarse las manos con ella. Hemingway estaba orgulloso de que sus libros estuvieran tan abajo, junto a la tierra misma, y al mismo tiempo tan alto, en el cielo del arte (...). ¿Quién es, por lo demás, el periodista más memorable de los últimos tiempos? No es Hemingway, quien escribía sobre sus experiencias en las trincheras del frente; no es Orwell, quien pasó un año de su vida con los pobres de París; no es Egon Erwin Kisch, conocedor de las prostitutas de Praga, sino Oriana Falacci, quien entre 1969 y 1972 publicó en el semanario italiano L'Europeo un ciclo de conversaciones con los más famosos políticos de la época. Aquellas conversaciones eran algo más que simples conversaciones; eran duelos. Los poderosos políticos, antes de advertir que se estaban batiendo en condiciones desiguales —porque las preguntas podía hacerlas ella y ellos no— ya se retorcían K.O. sobre la lona del ring.  Aquellos duelos eran el signo de los tiempos: la situación había cambiado. 

El periodista comprendió que lo de hacer preguntas no era simplemente el método de trabajo de un reportero, que realiza sus investigaciones modestamente con una libreta y un lápiz en la mano, sino un modo de ejercer el poderPeriodista no es aquel que pregunta, sino aquel que tiene el sagrado derecho de preguntar, de preguntarle a quien sea lo que sea. ¿Acaso no tenemos todos ese derecho? ¿Y no es acaso la pregunta un puente de comprensión tendido de hombre a hombre? Quizá. Por eso precisaré mi afirmación: el poder del periodista no está basado en el derecho a preguntar, sino en el derecho a exigir respuestas.  


Fíjense bien, por favor, en que Moisés no incluyó entre los diez mandamientos el de «¡No mentirás!». ¡No fue una casualidad! Porque quien dice «¡No mientas!» tiene que decir antes «¡Responde!», y Dios no le dio a nadie el derecho a exigir de otro una respuesta. «¡No mientas!», «¡Di la verdad!», son palabras que un hombre no debería decirle a otro si lo considera un igual. Quizá Dios sea el único en tener derecho a decírselas, pero no tiene ningún motivo para hacerlo porque todo lo sabe y no le hace falta nuestra respuesta. Entre el que da órdenes y el que tiene que obedecerlas no hay una desigualdad tan radical como entre quien tiene derecho a exigir una respuesta y quien tiene la obligación de responder. Por eso el derecho a exigir una respuesta se otorgaba desde siempre sólo en casos excepcionales. Por ejemplo al juez que investiga un delito. En nuestro siglo se adjudicaron este derecho los Estados fascistas y comunistas, y no en situaciones excepcionales, sino para siempre. Los ciudadanos de esos países saben que en cualquier momento puede producirse una situación en la que serán llamados a responder: qué hicieron ayer; qué piensan en lo más oculto de su alma; de qué hablan cuando se encuentran con A; ¿es cierto que mantienen una relación íntima con B? Precisamente ese imperativo sacralizado «¡Di la verdad!», ese decimoprimer mandamiento, a cuya fuerza no supieron resistir, los convirtió en masas de miserables infantilizados. Claro que a veces aparecía algún C que no quería por nada del mundo decir de qué había hablado con A, y para rebelarse (con frecuencia era la única rebelión posible) decía en lugar de la verdad una mentira. Pero la policía lo sabía y montaba en secreto en su casa micrófonos ocultos. No lo hacía por motivos reprobables, sino para enterarse de la verdad que el mentiroso C escamoteaba. Sencillamente reivindicaba su sagrado derecho a exigir una respuesta. En los países democráticos, cualquiera le respondería sacando la lengua al policía que se atreviera a preguntarle de qué ha hablado con A y si mantiene relaciones íntimas con B. No obstante, aquí también el gobierno del decimoprimer mandamiento se ejerce con toda energía. ¡Algún mandamiento tiene que gobernar a la gente en nuestro siglo, cuando los Diez Mandamientos de Dios ya casi han caído en el olvido! 

Toda la estructura moral de nuestra época se apoya en el decimoprimer mandamiento, y el periodista ha comprendido que gracias a una resolución secreta de la historia debe convertirse en su administrador, con lo cual adquirirá un poder con el que no soñaban ni Hemingway ni Orwell.  La primera vez que esto quedó demostrado con total claridad fue cuando los periodistas norteamericanos Cari Bernstein y Bob Woodward descubrieron con sus preguntas el juego sucio del presidente Nixon durante las elecciones y obligaron así al hombre más poderoso del planeta primero a mentir en público, después a reconocer en público que mentía y finalmente a marcharse con la cabeza gacha de la Casa Blanca (...) Destronarlo no por las armas o con intrigas, sino mediante la mera fuerza de la pregunta. «Dime la verdad», dice el periodista y nosotros naturalmente podemos preguntar cuál es el contenido de la palabra verdad para aquel que administra la institución del decimoprimer mandamiento. Para que no haya confusiones, subrayamos que no se trata de la verdad divina por la que murió en la hoguera Jan Hus, ni de la verdad de la ciencia y el libre pensamiento, por la que quemaron a Giordano Bruno. La verdad que corresponde al decimoprimer mandamiento no se refiere ni a la fe ni al pensamiento, es una verdad de la planta baja de la ontología, la verdad puramente positivista de los hechos: qué hizo C ayer; qué es lo que de verdad piensa en lo más profundo de su alma; de qué habla cuando se reúne con A; y ¿mantiene relaciones íntimas con B? No obstante, aunque esté en la planta baja de la ontología, es la verdad de nuestra época y tiene la misma fuerza explosiva que en otros tiempos tuvieron la verdad de Hus o la de Giordano Bruno (...).


Empieza la campaña electoral, el político salta del avión al helicóptero, del helicóptero al coche, se esfuerza, suda, engulle su almuerzo a la carrera, grita por el micrófono, pronuncia discursos de dos horas, pero al final, siempre dependerá de Bernstein o de Woodward cuál de las cincuenta mil frases que pronunció llegará a las páginas de los periódicos o será citada en la radio. Por eso el político querrá aparecer en la radio o la televisión en directo, sólo que eso no es posible más que por medio de Oriana Fallacci, que es dueña y señora del programa y que será quien le hará las preguntas. El político querrá aprovechar el momento en que por fin lo ve toda la nación y decir enseguida lo que siente, pero Woodward sólo le va a preguntar por lo que no siente en lo más mínimo, por lo que no quiere ni mencionar. Se encuentra así en la situación clásica del bachiller al que han convocado a la pizarra y que intenta emplear el viejo truco: pondrá cara de responder a la pregunta pero en realidad hablará de lo que para la emisión preparó en su casa. Pero si este truco valía hace tiempo para el profesor, no vale ya para Bernstein, quien le recuerda implacable: «¡No ha respondido a mi pregunta!» (...)




Este post está especialmente dedicado a @snlalaurette





22/01/2012

Tolstoi lo aclara (y con arte).

Plumas. De metal y de bambú.
Ambas funcionan a la perfección. 
Tengo aquí una perla grande y brillante de Tolstoi que me topé no hace mucho. El esfuerzo que hace por definir algo tan imposible de atrapar (salvo que te llames Tolstoi y hayas escrito alguna que otra obra maestra), es digno de atender. Intentar recorrer ese camino por fuera de esa tracción brutal e ineludible que produce la idea (y experiencia) de la belleza a la hora de encontrar algún clivaje que nos permita siquiera empezar a caracterizar esa acción (interna o externa), esa completitud que incomoda llamada 'arte', es todo un avance. Lo que aquí aparece destacado a través del tamaño de la letra es, sin duda, con lo que me quedo de este fragmento... Y no podría comentarlo, porque en cualquier caso sería denostarlo. Para qué comentar lo que ya está dicho? Ah, los otros destacados en negrita y color, también son míos (y me fueron inevitables).


¿Qué es el arte?

León Tolstoi

¿Qué es, pues, el arte, considerado fuera de esa concepción de la belleza que sólo sirve para embrollar inútilmente el problema? Las únicas definiciones del arte que demuestran un esfuerzo para substraerse a esa concepción de la belleza, son las siguientes:

1º Según Schiller, Darwin y Spencer, el arte es una actividad que tienen hasta los animales y que resulta del instinto sexual y del instinto de los juegos;

2º Según Verón, el arte es la manifestación externa de emociones internas, producida por medio de líneas, de colores, de movimientos, de sonidos o de palabras;

3º Según Sully, el arte es la producción de un objeto permanente o de una acción pasajera, propias para procurar a su productor un goce activo y hacer nacer una impresión agradable en cierto número de espectadores o de oyentes, dejando aparte toda consideración de utilidad práctica.

Aunque superiores a las definiciones metafísicas que fundan el arte sobre la belleza, estas tres definiciones tampoco son exactas.

La primera es inexacta porque, en vez de ocuparse de la actividad artística propiamente dicha, sólo trata de los orígenes de esta actividad. La adición propuesta por Grant Allen también es inexacta, porque la excitación nerviosa que cita se manifiesta en otras formas de actividad humana, además de la actividad artística, y esto es lo que ha producido el error de las nuevas teorías estéticas, elevando al linaje de arte la confección de hermosos vestidos, de suaves perfumes o de guisos agradables. La definición de Verón, según la cual el arte expresa las emociones, es inexacta porque un hombre puede expresar sus emociones por medio de líneas, de sonidos, de colores o de palabras, sin que su expresión obre sobre otros; y en tal caso, no sería nunca una expresión artística. La de Sully es inexacta porque se extiende desde los ejercicios acrobáticos al arte, mientras hay, por el contrario, productos que pueden ser arte sin dar sensaciones agradables a su productor ni al público; así ocurre con las escenas patéticas o dolorosas de un poema o de un drama.

La inexactitud de todas estas afirmaciones procede de que todas, sin excepción, lo mismo que las metafísicas, cuidan sólo del placer que el arte puede producir, y no del papel que puede y debe desempeñar en la vida del hombre y de la humanidad.

Para dar la definición correcta del arte, es pues, necesario ante todo cesar de ver en él un manantial de placer, y considerarle como una de las condiciones de la vida humana. Si se considera así, se advierte que el arte es uno de los medios de comunicación entre los hombres.

Toda obra de arte pone en relación al hombre al que se dirige con el que la produjo, y con todos los hombres que simultánea, anterior o posteriormente, reciben impresión de ella. La palabra que transmite los pensamientos de los hombres, es un lazo de unión entre ellos; lo mismo le ocurre al arte. Lo que le distingue de la palabra es que ésta le sirve al hombre para transmitir a otros sus pensamientos, mientras que, por medio del arte, solo le transmite sus sentimientos y emociones. La transmisión se opera del modo siguiente:

Un hombre cualquiera es capaz de experimentar todos los sentimientos humanos, aunque no sea capaz de expresarlos todos. Pero basta que otro hombre los exprese ante él, para que enseguida los experimente él mismo, aun cuando no los haya experimentado jamás. Para tomar el ejemplo más sencillo, si un hombre ríe, el hombre que le escucha reír, se siente alegre; si un hombre llora, el que lo ve llorar, se entristece. Si un hombre se irrita o excita, otro hombre, el que lo ve, cae en un estado análogo. Por sus movimientos o por el sonido de su voz expresa un hombre su valor, su resignación, su tristeza; y estos sentimientos se transmiten a los que le ven o le oyen. Un hombre expresa su padecimiento por medio de suspiros y sonidos, y su dolor se transmite a los que la escuchan. Lo propio ocurre con otros mil sentimientos...



28/12/2011

Golpe de Vista (25/V/2010)

Las expresiones de nacionalismo no caracterizan este blog. La conmemoración y reificación de fechas contingentes, tampoco. Pero las buenas imágenes son parte de su médula. Es por eso que estas valen la pena.

Véanlas así, como arrojadas sobre la mesa:



(AP Photo/Natacha Pisarenko)

(AP Photo/Natacha Pisarenko)

(AP Photo/Natacha Pisarenko)

(AP Photo/ Alberto Raggio)

(AP Photo/ Natacha Pisarenko)

(AP Photo/ Natacha Pisarenko)

(AP Photo/ Natacha Pisarenko)

(REUTERS/Marcos Brindicci)
 

 (AP Photo/Natacha Pisarenko)
 

 (AP Photo/Natacha Pisarenko)
 

 (AP Photo/Natacha Pisarenko)
 

 (AP Photo/Natacha Pisarenko)
 

 (DANIEL GARCIA/AFP/Getty Images)

(Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires/Monica Martinez / CC BY)

(AP Photo/Natacha Pisarenko)

(Maxi Failla/AFP/Getty Images)

 (DANIEL GARCIA/AFP/Getty Images)

(AP Photo/Leandro Sanchez)

 (DANIEL GARCIA/AFP/Getty Images)

(ALEJANDRO PAGNI/AFP/Getty Images)

(AP Photo/Leandro Sanchez)

(AP Photo/Leandro Sanchez)

 (DANIEL GARCIA/AFP/Getty Images)

(AP Photo/Leandro Sanchez)

(AP Photo/ Natacha Pisarenko)

(AP Photo/ Natacha Pisarenko)

(AP Photo/ Natacha Pisarenko)

(REUTERS/Martin Acosta)

(AP Photo/Leandro Sanchez)



Dejamos los comentarios para los posts que no versen sobre imágenes, claro.