Shakespeer y Shakespeare.


Shakespeer
acontece en un cruce improbable de dos sentidos.

El primero, en la unión de dos palabras: shake [-up] (sacudir, agitar, remover bruscamente; debilitar, desalentar... pero también zafarse, liberarse). Y peer que, en una de sus acepciones señala a quienes son pares en un grupo (por edad, posición social y/o habilidades) y en laotra acepción describe la posesión de título nobiliario en el Reino Unido (esto incluye a quienes alcanzan honor de
Lord y por eso su lugar en la Cámara).

El segundo sentido es más intuitivo: la similitud fonética con el apellido del genial William, quien conocía varios (más) de los vericuetos del corazón humano.


En ese cruce breve, en ese chispazo más que improbable, en ese enlace natural, se despliega este blog.


Mostrando postagens com marcador sociólogos. Mostrar todas as postagens
Mostrando postagens com marcador sociólogos. Mostrar todas as postagens

02/12/2011

El Oficio del Sociólogo

El título no deja de tener un contenido curioso (y que descubrí luego de decidirlo, así que está lejos de ser deliberado): es el título de una obra del genial Pierre Bourdieu, enemigo profesional del autor que aquí citaremos... En fin.

Pasando al punto principal, me gustaría extractar un trecho corto de un libro de Alain Touraine (*) en donde se dedica especialmente a lo que hacen los sociólogos. Como el contenido me parece realmente interesante, trataré de hacer la menor cantidad de interpolaciones (y hasta me evitaré casi cualquier signo de puntuación,  salvo por los necesarios). 

(...) podemos sentir tres temperamentos de sociólogos:

A unos les gusta llegar al corazón de la vida social, al lugar donde se hallan las 'relaciones y los conflictos'. Tales sociólogos aportan al conocimiento lo que le es más indispensable. Cualquiera que sea su orientación particular, descifran la red de interacciones sociales y descubren de nuevo la estructura de la sociedad.

Otros, en cambio, son más polémicos: abren la vía a los constructores de la sociología combatiendo sin cesar el 'poder', su discurso, sus categorías y, asimismo, su represión y sus exclusiones. Es difícil que puedan actuar por mucho tiempo de ese modo sin sentirse animados por una santa cólera y, por ende, sin verse cargados a su vez de ideología o sin ser portadores de los intereses de una comunidad amenazada. Pero, sin su presencia, los constructores del conocimiento siempre corren el riesgo de ceder a la inclinación que los eruditos experimentan por el poder.

Finalmente, otra clase de sociólogos son los sociólogos de la nocheescuchan a quienes ya no hablan, miran con aquéllos cuyos ojos están ya vaciados, son descubridores de las tierras que se extienden más allá de las murallas de la 'civilización', exploran el mundo inmenso de la 'exclusión'. Hoy día, en que la oscuridad se ve traspasada por los proyectores, el sociólogo nos enseña a ver a aquellos que se hallan entre nosotros, pero que están amordazados por el Estado y la organización social y cultural. Interroga a quienes el orden establecido considera como monstruos o marginados. 


El sociólogo completo debería poseer el espíritu de análisis de los primeros, la cólera de los segundos y la compasión de los últimos.




Pero no existe un sociólogo completo, como tampoco existe la síntesis equilibrada de tantas exigencias opuestas, ni reposo alguno de la mirada divina contemplando a la creación. Ser sociólogo, y eso no es exclusivo de aquellos cuyo oficio estriba en ser sociólogo -por lo que diré con mayor comodidad: ser un actor social-, consiste en luchar contra las apariencias tras las cuales se oculta el poder y en someterse al mismo tiempo a la exigencia principal del conocimiento sociológicos: reconocer que el sentido de la acción nunca nos es dado enteramente por la conciencia del actor. Y eso prohíbe toda identificación. La crítica del poder nunca la lleva a cabo un contrapoder: el conocimiento no prepara el orden del mañana.





(*) Introducción a la Sociología (Ariel, 1978).


23/01/2011

Secuestro Sociológico



...correr las nubes de la luz. 

Existen numeros[ísim]as muestras de situaciones donde, lo que se cree estudiado se lo supone garantía de hacernos más aptos para captar la realidad. Tal vez, esto arrastra un pequeño problema: haber estudiado ese algo fuera del lugar donde acontece (aunque nunca pareció ser un impedimento, y por eso siempre se lo pensó sólo un pequeño problema). De ahí la gran maquinaria de herramientas que se creen metodológicas y se las apunta a acercar una realidad, que, curiosamente, sigue estando vedada.


Un trozo de la historia que grafica esta situación es la que Steven Levitt y Stephen Dubner cuentan en Freakonomics (Grupo Zeta, 2007). Le sucedió a Sudhir Venkatesh hace algunos años atrás. Este joven estudiante de doctorado en Sociología nació en India, pero tuvo la inmensa suerte de poder doctorarse en la Universidad de Chicago a fines de los '80s. Le interesaba saber cómo los jóvenes construyen sus identidades, pero no le interesaba el agotador trabajo de campo que exigen los estudios sociológicos. Su tutor era, como todos los que se cruzan en los postgrados, un reconocido especialista en pobreza: William Julius Wilson. Claro que no tardó en hacer lo de siempre: enviar al curioso Sudhir a los barrios negros más pobres de Chicago, armado. Y era apropiado, porque su arsenal contenía, en un maletín unas direcciones obsoletas y varias encuestas de setenta preguntas cada una [!]. Todo un test psicológico, para que las personas realicen con el placer que eso puede llevarles, sobre todo, sabiendo que están ansiosos esperando que Sudhir les interrumpa el día con preguntas acerca de su vida, mientras ofrece las respuestas posibles en opciones (algo que es de enorme ayuda porque les evita el esfuerzo de responder su verdad, si el amable Sudhir insiste en presentársela cual opciones de postres helados, sólo que los de su gusto, claro).


Cuando llegó al lugar en cuestión, vió que los edificios habían sido declarados en ruina. No obstante, era un muchacho persistente, así que subió para ver si alguien le respondería su infinita encuesta. En ese camino, sobresaltó a un grupito de adolescentes que jugaban a los dados en la escalera, y que no sólo hacían eso de su vida, sino que también eran miembros de una banda de traficantes de crack, rama -entre otras cien- de la Black Gangster Discipline Nation. Lo mejor que se le ocurrió decir a Sudhir fue: -Soy un alumno de la Universidad de Chicago, estoy realizando... La respuesta vino como interrupción -Fuck you, nigger. Qué estás haciendo en nuestra escalera? Sudhir no era negro, pero tampoco blanco: era lo que los norteamericanos llaman un brown [marrón] y usan para nominar a los indoeuropeos. A esto tenemos que agregarle que por esos tiempos, las cosas se habían puesto violentas, con tiroteos diarios. Era una guerra de bandas, y qué mejor lugar que en Chicago.


Mientras decidían qué hacían con este tipo: No podían dejar simplemente que se marchara, porque no sabían quién demonios era... podía ir a donde la banda rival y decirles que ellos siempre paraban en la escalera, enfrentándose a un ataque sorpresa. Uno de ellos, bien nervioso, y con un arma que movía sin parar, pidió que se lo dejaran a él. Todo el mundo empezó a elevar la voz, y por eso apareció alguien bastante mayor que este grupo y le arrancó el maletín a Sudhir. Cuando vió que era algo escrito dijo: -No puedo leer esta mierda! Otro le respondió: -Eso es porque no sabes leer. Y todo el mundo -menos Sudhir, claro- se empezó a reír. Entonces el meyor le pidió que le hiciese una pregunta de las que tenía en esas hojas. Venkatesh no tuvo mejor idea que escupir: -Cómo te sientes respecto a ser negro y pobre? .. y todos estallaron a carcajadas. Sudhir cayó entonces en la cuenta que las opciones: a) Muy mal, b) Mal, c) Ni bien ni mal y d) Muy bien, deberían haber agregado la e) Fuck you. Y no lo dijo para hacerse el gracioso. Creía efectivamente que era una opción necesaria, como las que otros creyeron que servían.

En eso llegó el líder de la banda, J.T. Quiso saber qué estaba pasando y le pidió a Sudhir que le leyera la pregunta. La escuchó, pero dijo que no le podia responder porque no era negro (si lo que sigue no rozase lo patético, sería realmente gracioso): Venkatesh pensó que era apropiado reformular su pregunta a -Bien, entonces ¿cómo se siente por ser afroamericano y pobre? [!]. El pobre Venkatesh optó por la fórmula 'políticamente correcta' antes que por la que ya habían usado sus encuestados... J.T. le reprochó: -Tampoco soy afroamericano, imbécil. Sólo soy un nigger [la palabra nigger es las más despectivas para nominar a los afroamericanos desde el siglo XIX, y no la traduzco aquí como 'negro' porque esa palabra es la que utilicé para traducir black en la primera pregunta]. Entonces J.T. ofreció una animada taxonomía para diferenciar nigger, de negro y de afroamericano.

Pasó el tiempo, y si bien J.T. había calmado a los adolescentes, no pareció interesado en tomar alguna decisión con Sudhir. El chico nervioso de la pistola le recordó al universitario: -Nadie sale vivo de aquí. Lo sabes, verdad? La noche avanzaba y Venkatesh fue convidado con una cerveza, luego con otra y otra. Llegó el momento en que la cerveza urgía salir y fue, como quienes lo retenían ('captores' no parece la palabra adecuada, aunque por otro lado Sudhir tampoco era libre de irse cuando quisiera), al rellano del piso de arriba. J.T. pasó varias veces por donde estaban ellos pero no dijo nada. Llegó el día y volvió a venir la noche. En ese lapso, Sudhir intentaba hacer alguna pregunta de la encuesta [!] pero los gangsters no paraban de reírse y de decirle lo estúpidas que eran... finalmente, un rato después de cumplir las 24 horas allí, lo dejaron en libertad.


Luego de recuperar su vida diaria, Sudhir se dió cuenta que era raro nunca huber pensado demasiado en la vida coridiana de los delincuentes de los barrios marginados (Momento: como atenuante -antes de juzgarlo con dureza- recordemos que, al menos, Venkatesh no es el único con intereses sociológicos que no piensa en esto, o que se confía en las herramientas que le provee la facultad y los referentes de su gremio, casi todos ellos, sin contacto alguno con esa realidad - dado que también heredan y reproducen prácticas académicas pasadas). Unas horas después, hizo lo que sabía era correcto: decidió regresar al edificio, y pensar algunas preguntas más adecuadas. Tiró a la basura lo que le dió su tutor y se introdujo en la banda. Se lo propuso a J.T. y aceptó (aunque creía que era una locura estar en contacto con una banda que vendía crack, pero le gustó lo que Sudhir perseguía). Así se trasladó de una familia integrante de la banda a otra, lavando platos y durmiendo en el suelo. Compró juguetes a varios niños, presenció asesinatos y dió algunos dolores de cabeza a su tutor por la decisión que había tomado.


Claro que este 'rapto de lucidez' de Sudhir pudo haber sido espontáneo o facilitado por el miedo que le produjeron esas horas que estuvo retenido en el condominio... no obstante la razón, las vendas en los ojos que nos va calcanzando nuestra condición social y la vida universitaria (la que no sólo no las derriba, sino que agrega otras) no son algo que se esfume en un instante. Tomemos este sólo ejemplo: cuando ya había pasado bastante tiempo, cuando ya tuvo acceso a los detalles de la contabilidad de la administración de esa sucursal, sintió curiosidad por uno de los conceptos en Gastos Varios (ellos compilaban las salidas de dinero en fiestas, sobornos, 'actos comunitarios' que hacía la banda -siempre quisieron que los habitantes del condominio los considerasen dispuestos a subvencionarlos-, etc.). Sudhir se interesó por la cuantía de costes que afrontaban ante algún asesinato de un miembro (pagaban el funeral y el equivalente a tres años de sueldo a la familia, como indemnización). Le pareció, concretamente, elevada. Decidió preguntarlo, y entonces encontró su respuesta: -Esa es una pregunta jodidamente estúpida, porque todo el tiempo que te has pasado con nosotros aún no has comprendido que sus familias son nuestras familias. No podemos dejarlos, es tan sencillo como eso. Conocemos a esta gente de toda la vida, así que los lloramos cuando ellos les lloran. Tienes que respetar a la familia. Los autores de Freakonomics piensan que había además otra razón: la banda temía la reacción adversa de la comunidad, y así compraban un poco de buena voluntad. Fuere o no esta razón verdadera, la razón que le señala el integrante a Sudhir es significativa en términos sociológicos, y más aún, dado que el interesado no logró siquiera intuirla antes de que el gángster se la tirara por la cabeza.



El fin de esta anécdota está dicho: armarse ante una realidad con herramientas que no la entienden es absurdo. Seguramente facilitará nuestra labor esperada en el trabajo de campo ante quienes haya que presentarla, pero el costo será ocultar esa realidad, olvidársela. Y hacerlo es -a corto, mediano y largo plazo- sólo perder el recurso más escaso que vamos consumiendo: el tiempo. De este modo el sociólogo concreta su perdición y se auto-secuestra. Concretamente, secuestrándose de la realidad por la que está interesado, en pos de mantener su linaje profesional. O bien se ejerce el rol de sociólogo o bien se estudia la realidad sociológica. O bien se cumple con la tribu o bien se es un miembro de ella (pero legítimo). O cumple con los suyos... o cumple con sus deseos: He ahí su cuestión.








31/12/2010

Sociólogos del Mundo: Aprended!


Totalmente. Él era 'Mr. Difference'


La producción académica de la sociología ha sido, en los últimos tiempos, la de kilómetros de papel con mucho menos contenido que tinta. Tal vez porque, como en otros espacios de las ciencias sociales, esos mismos productos se leen entre sí, y, desde ya, seguirán en el mar de aguas bastas pero tan reales como las utilizadas en una escenografía teatral. Ese no es nuestro problema (es más bien un padecimiento), así que mostremos qué diferente sería si, en vez de leer y desvencijar clásicos por la vida universitaria y luego dedicarse a conversaciones llenas de adjetivos y conceptos venidos a menos por su triste tratamiento, con dos o tres palabras de un cuento corto podrían, sino derivar todo un tratamiento, tal vez ‘entrenar’ el intelecto con imágenes completas, acabadas, de gran contenido y que pintan un telón delante de nuestros ojos con una contundencia digna de imitar – y aún, de emular. Al menos, ser Salieri no es tan malo si uno se obsesiona con Mozart, en cambio, pretender originalidad y no hacer más que repetir cosas que no cambian la vida de nadie, está mucho, mucho más atrás en la escala de importancia. Bueno, lo cierto es que existe algo aún peor: redactar haciéndose eco de la importancia de las palabras de ese titular que nos promociona académicamente y nos conseguirá la próxima renovación de beca, una carta de recomendación en un doctorado o, incluso, la miguita de un lugar en su cátedra, para poder pavonearnos con personas similares a nosotros hace una década... El punto es que los sociólogos (y otras yerbas humanístico-sociales) podrían leer más literatura de lo que hacen. Sí, aún esos, que creen reencarnar un revival de la bohemia de antaño, y no saben que el arte sólo atrevidamente puede ser sometido a categorías y conceptos forzados por su análisis. Si, además, se interesasen por los cuentos –y no sólo por los textos que pueden, decir algo de la sociedad de algún tiempo, como la elección obvia de un naturalista decimonónico- y se diesen cuenta que la sociedad puede rastrearse en una multiplicidad de pasajes, aún en fábulas y novelas poco asociadas a las que ellos estiman procedentes, podrían encontrarse con algo tan sorprendente como ‘El Hombre de la Multitud’ (The Man of the Crowd) del divine Edgar Allan Poe. Además de dar con un tratado sintético de observación de conductas y roles sociales –que podríamos encontrar en muchos grupos actuales, y aún del mismo modo que lo hace el narrador, sentado en un bar londinense-, tal vez, por el sólo hecho de leerlo, tanta intrascendencia escrita podría refinarse y profundizarse un poco (al igual que una persona leída posee más herramientas para expresarse por escrito)… Podrían observar las categorizaciones y los detalles (¡los detalles!) que Poe señala: las marcas de una clase ejercida con dedicación y una status pretendido… claro, también podrían quedarse con la definición más contundente, austera –aunque perspicaz y completa- acerca de estas variedades de personas que frecuentan una avenida. Sólo para traer un ejemplo, Poe nos cuenta de lo inconfundible dentro de la tribu [sic] de los empleados de empresas florecientes: tenían las maneras de quienes se consideraban la perfección del buen gusto (sólo que de doce a dieciocho meses antes!) y por eso, sentencia: usaban la gracia de desecho de la aristocracia, y ésta, pienso, puede ser la mejor definición de los mismos (‘the manner of these persons seemed to me an exact fac-simile of what had been the perfection of bon ton about twelve or eighteen months before. They wore the cast-off graces of the gentry; -- and this, I believe, involves the best definition of the class’ [leerlo])

¿Conocieron mejor imagen para definir una actitud, y a la vez de describirla, también juzgarla, valorarla de un modo que, si los cientistas sociales se permitiesen hacer, las precisiones abundarían mucho más de lo que las buscamos en ese campo que llaman realidad? Comentar las fortalezas de esta idea –como de las otras que nos da Poe- sería subestimar lo que de bueno tiene, desde que habla por sí misma. Si todo está dicho por él ¿para qué comentarlo nosotros? Es tan inútil como esos kilómetros de papel y toneladas de tinta de los que hablábamos más arriba… Y de paso, hacemos más por leer este bello relato (por supuesto, recomendamos también los comentarios de Julio Cortázar acerca de él).

Casi me olvido: Si Poe no les alcanza, pueden probar con otro grande, pero bien diferente de él: Walt Whitman, en su Canto a Mí Mismo.




Recomendamos la versión en español con doble yapa: las ilustraciones preciosas de Gustave Doré y una biografía de Poe muy interesante de Alejandra Villarroel, aquí.